jueves, 18 de agosto de 2016

Finalmente todo huele a mí.

Me costó un gran esfuerzo al principio porque el olor a chica lo impregnaba todo, tuve que frotar todos los muebles, esquinas, puertas y alfombras. Con la familia fue fácil porque les hacía gracia y me acariciaban para animarme a seguir.

Pero sigo sin saber lo que significa "bartolo", es una palabra especial que sirve para todo. Lo dicen cuando tengo comida en el cuenco, así que podría ser el equivalente a "comida", pero también lo dicen cuando me busco un rincón oscuro para perderlos de vista un buen rato. No es que me molesten, es que me quieren excesivamente y me soban demasiado.

Tengo muchas cosas para cazar, pelotas, cuerdas... no es lo mismo que perseguir un ratón pero es más divertido que escuchar las quejas del ratón contaminado que vivía en mi sótano.
A veces lo echo de menos. Yo tenía un territorio muy extenso con comida que encontraba en grandes cubos al lado de los restaurantes y podía pasar toda la noche recorriendo calles y combatiendo con algunos colegas.


Ahora sólo puedo rascar las alfombras con la esperanza de que me persigan pero estos panolis todavía no han aprendido a combatir como las personas normales.

lunes, 1 de febrero de 2016

Pues no, no hay chica.
No me explico de dónde viene el olor. Está en todas partes, lo que significa que hubo una chica por aquí antes de que yo llegara.

Hay un sitio, caliente y mullido, que se parece mucho al que tenía en mi primera casa. Mi primer inquilino también me compró un chisme con forma de ratón y un delicioso olor a hierba. No se está mal del todo.

Los inquilinos son buena gente, nada que ver con algunos que me tropecé cuando era libre, pero mi territorio es pequeño y se recorre en dos patadas.  He tenido ocasión de asomarme a una ventana para ver las posibilidades de escapar... demasiado riesgo.

Creo entender lo que quieren cuando dicen "bartolo", pretenden hacerme entender que la comida está preparada. Bueno, la verdad es que dicen lo mismo cuando tienen el cepillo en la mano. No importa, en ambos casos merece la pena el esfuerzo de levantarse y caminar para acercarse a recibir el premio.


El olor de la chica desaparece poco a poco y sigo sin verla. Es posible que haya encontrado la forma de escapar por la ventana.

sábado, 31 de octubre de 2015

Pues no, no hay cachorros de dos patas pero...

Allí estaba yo, en una habitación extraña, completamente a oscuras, dentro de una jaula (menos mal que olvidaron cerrar la portezuela) y con más miedo que cuando caí de la ventana y no supe volver con el inquilino que vivía conmigo.

Fuera de la jaula encontré un cuenco con agua pero no tenía sed, sólo miedo, como cualquier persona después de una experiencia traumática inexplicable. También había... ¡cáspita!... arena limpia y seca. Eso sí que me hacía falta.
Y además estaba el olor, un tenue olor a chica desconocida.

Después de personalizar el arenero asomé la nariz... nadie a la vista... arrastré la barriga a lo largo del pasillo... nadie... pasé por delante de otra habitación... nad... ¡¡aaarrrgggg!!

Volví al abrigo de la jaula para protegerme del bípedo y entonces me di cuenta del error, era el bípedo que me había metido en la jaula cuando me sacaron de la jaula grande. ¿Me cerraría la puerta para siempre?


No tengo remedio, siempre espero lo peor. El bípedo se acercó, me rascó un poco detrás de las orejas, me limpió el pelo con la mano (los bípedos no saben usar la lengua) y salió dejando todas las puertas abiertas.  Mientras me limpiaba pronunció varias veces la palabra "bartolo", otro día estudiaré lo que significa porque ahora tengo cierto interés por ese olor a chica.

martes, 22 de septiembre de 2015

Ha sido una pesadilla desde el principio hasta el final.

Empezó cuando se me quedó una pata atrapada en unos alambres; conseguí salir pero con una herida bastante fea que dolía mucho. Me sentía muy mal.
Entonces se acercó gente, dos o tres cachorros bípedos, y me llevaron a un sitio espantoso donde empezaron a tocarme la herida, como si no tuviera bastante dolor con el que tenía, después me colocaron en la cabeza un artilugio que me impedía limpiar la pupa como es debido y, para rematar la tortura, me dejaron encerrado en un cubículo tan pequeño como el fregadero de mi antiguo inquilino.

La verdad es que la herida se curó bastante bien teniendo en cuenta la chapuza que hicieron conmigo. Pero esto no fue todo. De esa celda me llevaron a otra igual, transportado en una jaula diminuta. ¡¡Joder, qué mal rato!! Y luego vino lo peor, días y días prisionero, otra operación que prefiero no recordar, otra vez pasar de mano en mano, otro viaje en jaula diminuta para descubrir al final que vuelvo a ser casero.

En la casa no hay un inquilino sino dos, macho y hembra, que me dejaron en un cuarto con todas las puertas abiertas. He salido de la jaula para beber agua pero no tengo mucho apetito.

Creo que esperaré un poco antes de salir a explorar el territorio, no hay ruido de cachorros pero nunca se sabe.

domingo, 7 de septiembre de 2014


Me parece que soy padre.
Estas cosas nunca son seguras (y menos cuando la madre es una tricolor con multitud de pretendientes) pero alguna vez me tenía que tocar a mí.

Lo cierto es que al regresar de mi encierro involuntario y tomar contacto con la pandilla noté la falta de Tricolor porque se suele poner muy pesada conmigo. No me dio tiempo a preguntar. Aún no había conseguido atrapar ningún bocado apetitoso cuando apareció ella con una pequeña pandilla de cachorros... ¡y uno era negro!  Sólo uno, los demás no eran tan bonitos.
Ahora que tengo responsabilidades he considerado la posibilidad de aprovechar el tiempo libre cazando algo para los pequeños pero Tricolor me ha dicho que ya se apaña ella sola y que sabe lo que tiene que hacer. Supongo que habrá dicho lo mismo al otro padre (o padres).
Tonterías, ella sabe que la pandilla siempre comparte la comida que aparece cada día junto a la tapia del colegio.

Ahora sólo falta que sea un chico y tenga los ojos verdes, como yo. Sería estupendo.

domingo, 20 de julio de 2014

Ya estoy de vuelta en el barrio, me parece hasta mentira.
La verdad es que me creía a salvo de todo después de haber superado el ataque de añoranza en el portal de mi antigua casa. Ni siquiera el recuerdo del inquilino pudo convencerme de recuperar mi propiedad, a pesar de ser un alojamiento decorado a mi gusto y con todas las ventajas de una atención personalizada.
No contaba yo con la bípeda insolente que me secuestró aprovechando que estaba absorto en mi tarea de renovar las marcas de olor. Bípeda insolente y hedionda, empapada de perfume ácido hasta provocar náuseas incluso en un sujeto como yo, acostumbrado a los rigores de la vida.

Han sido unos meses de locura.  Sólo una vez conseguí, en un descuido, subir al poyete de la ventana pensando ingenuamente que escapar de allí sería como saltar desde mi primer domicilio. ¡Ja!  Una cosa es saltar y otra arrojarse al vacío.
La comida, abundante pero simple, como la que suelen proporcionar los inquilinos a cualquier casero. El cuenco de agua siempre lleno. El arenero casi siempre limpio y con un delicioso olor a lejía. Abundancia de rascadores por todas partes: alfombras, cortinas, butacas... 
Todo correcto excepto El Otro.
El Otro me dejó bien claro lo que son derechos adquiridos y pasé la mayor parte del tiempo de cautiverio acorralado en alguno de los agujeros que pude ocupar. El muy cretino temía que yo intentara robarle la inquilina, como si el olor que usaba ella no fuera suficiente para espantar a una persona refinada como yo.

Afortunadamente existen unos tipos llamados carteros. No es frecuente pero en ocasiones entregan cosas a los inquilinos a través de la puerta.
No esperé a la segunda oportunidad. No me vieron escabullirme escaleras abajo mientras intercambiaban cosas, ni me vio ningún vecino llegar abajo, ni me vieron esperando en un rincón oscuro y el inquilino que entraba tampoco me vio deslizarme a la calle. Fue tan rápido como cazar una cucaracha coja.

Y aquí estoy, renovando mis marcas y estudiando marcas ajenas para localizar a mis antiguos colegas de pandilla. 
También es verdad que llevo dos días sin probar bocado. En fin...